Dedicatoria


A Adrián Alemán de Armas (1935-2008), profesor y amigo, con toda mi gratitud. In memoriam. 


Llegué a la Laguna una noche de enero de 1996, calada hasta los huesos, sin ropa ni zapatos apropiados para el clima lagunero, y sin una peseta en el bolsillo. No había cumplido aún los 23 años, era una recién licenciada en Periodismo y profesora ayudante en la Facultad de la Universidad de La Habana. Salía por primera vez de Cuba, con el programa Intercampus de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI). Lo que podía haber sido un agujero de soledad y frío, se convirtió inmediatamente en la experiencia más enriquecedora de mi vida, gracias al resto de los chicos de otros países que también coparon la residencia de Parque Las Islas, y gracias a la cálida, generosa y solidaria acogida que me dio el profesor con quien tenía el privilegio de trabajar: Don Adrián Alemán de Armas.

Nos recibieron muy bien y disfrutamos muchísimo en la aún nuevecita Pirámide de Guajara. A finales de marzo, el programa Intercampus concluía y regresé a la Habana con una esperanza: la de volver, a realizar el doctorado bajo la dirección de Don Adrián. Y efectivamente, por suerte volví a ganar una beca de doctorado de la AECI para el Departamento de Ciencias de la Información de la ULL, y el 24 de octubre de ese mismo año estaba de vuelta en La Laguna, ilusionada y feliz. A mi llegada, la espléndida familia de Adrián me abrió las puertas de su casa, y allí estuve viviendo unos tres meses rodeada del afecto, la inteligencia, la cultura, la alegría y la belleza de esa gran familia lagunera. Tuve el placer de disfrutar entre ellos la Navidad más intensa de mi vida hasta entonces. Allí encontré la mano amiga, el consuelo, el cuidado que no podía darme mi propia familia lejana.

Dentro del oscuro panorama que más tarde descubrí en la Facultad de Periodismo, quedaba siempre brillando impoluta la amabilidad, la bonhomía y la dignidad impecable de Don Adrián Alemán de Armas (y de algún otro que aún salva la Facultad). Como muchos otros que llegamos ilusionados y finalmente salimos espantados, terminé alejándome de la facultad y del ambiente académico que es mi verdadera vocación. Ni siquiera supe encontrar la motivación necesaria para defender la tesis doctoral, cuya preciosa investigación, contagiada por el entusiasmo de Adrián, llevé a cabo durante dos años zambullida entre los periódicos canarios del siglo XIX… No le hice ese regalo a Adrián, y aún me duele, y me dolerá ya para siempre.

Se ha ido Adrián, pero nos queda el amor y la sabiduría que nos ofreció a todos los que tuvimos el privilegio de conocerle. Para él, para su esposa Conchita, para sus hijos, sobrinos y toda su amplia y hermosa estirpe, quiero reiterarles mi gratitud, mi admiración y mi cariño infinitos. Hasta siempre, querido Adrián. 



Ileana Medina Hernández, Tacoronte, noviembre de 2008.